sábado, 5 de noviembre de 2016

Nubes y claros.

Sé que hay almas que no soportan la lluvia, almas para las que las gotas de agua golpean la ventana como agujas clavándose en el espíritu. Los recuerdos caen finos y los arrepentimientos nos truenan en la mente triste como el cielo. El ánimo se empapa y cuesta tirar de él, y es por eso que lo llevamos arrastrando tras nosotros como una negra sombra que no termina de clarear. Los huesos calan y la vida resbala en una empedrada acera que se convierte en trampa mortal para los transeúntes. Menos mal que la edad emplomiza los pies, a costa de recordar el dolor de antiguas caídas, y uno va aprendiendo poquito a poco a andar sobre mojado. Hay quien incluso, con arte y garbo, acaba patinando con velocidad sobre los charcos. Hay almas que, viendo el día, se convierten en una extensión de él y se nublan tristes y grises bajo una manta de pereza y desidia.


Yo no soy de esas almas, pues a mí los días como este, en los que a intervalos se superponen chaparrones y sol, son los días en los que aprovecho para abrir mi paraguas de letras y refugiarme del agua que, como buen antagonista del fuego redentor, me reprueba y sentencia. Es necesario mojarse primero para después sentir el placer de leerse y secarse al sol.

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