domingo, 25 de septiembre de 2016

Receta para una buena resaca.

INGREDIENTES
·         5 l. de Cerveza
·         2 l.de vino
·         1/4 l. de Whisky
·         1/4 l. de Ron
·         1/4 l. de Vodka
·         1 l. de Coca Cola
·         1/2 l. de Fanta de naranja
·         1/2  l. de Fanta de limón
·         1/4 l. de Seven up
·         2 bolsas de Hielo
·         Un paquete de Tabaco (opcional)

PREPARACIÓN
Se introduce la cerveza de forma dosificada en un recipiente de cristal de 1/3 de litro de capacidad (a ser posible con un asa cuneiforme para agarrar con comodidad) y se espera que espumee un poco. Se echa el vino en una copa abombada cuya amplitud supere a su altitud y con capacidad para 1/4 ó 1/6 de litro. Se deja respirar durante unos segundos. Después se intercala la introducción del contenido de dichos recipientes directamente en la cavidad oral, filtrando su contenido con un hígado (a ser posible joven y sano) para que la mezcla sea finalmente depositada en el estómago. Repetir esta operación hasta consumir todas las cantidades de cerveza y vino disponibles. Para acentuar su efecto, puede airearse los pulmones con tabaco entre buches y sorbos.

La ingesta de estos líquidos nos servirá de base sobre la que construir la resaca. Si se ve que la mezcla ha hinchado demasiado la vejiga, puede vaciarse ésta sin importar el lugar donde depositar los restos.

Tras este primer paso cogeremos un recipiente de cristal en forma de tubo (si no se dispone de mucho tiempo puede usarse uno más grande y amplio en forma de maceta). Introducimos en él un par de hielos, un pequeño chorreón de whisky, ron o vodka (a gusto del consumidor, aunque es conveniente ir mezclando los tipos de líquidos para conseguir una resaca de características acentuadas). Se le añade Coca Cola, Fanta (de Limón o de naranja) o Seven up (de nuevo a gusto del comensal) y se remueve un poco para que se mezcle todo bien y después introducir, de nuevo, por la cavidad oral y usando un buen hígado como colador, en el estómago. Repetir el paso hasta acabar con todas las bebidas destiladas disponibles, pudiéndose airear de nuevo la mezcla con un poco de tabaco entre copa y copa.

Es posible que durante este último paso se sobrevengan mareos, náuseas y vómitos, pero es muy importante no parar. Si en algún momento vemos que no podemos continuar con la preparación de la receta, es conveniente no buscar aire ni mantenerse despierto, aunque, por precaución, se aconseja tener cerca a un amigo.

Acostarse cuando los mareos lleguen a su punto álgido y tras reposar todo durante unas pocas horas, tendremos una resaca de chuparse los dedos.


NOTA:  es conveniente tener cerca una botella de agua, ibuprofeno y una cama para consumir la resaca.

martes, 13 de septiembre de 2016

Redemption month

<< Septiembre llega con su ¡Oh!¡Dios mío! >>
- Kase O -

El largo y sufrido periplo académico me ha hecho concebir septiembre como un mes de redención, 30 días situados tras el verano como 30 monedas justo después de esa época vacacional que la infancia y la adolescencia convierten en Nunca Jamás y que luego la Universidad se encarga de traicionar a golpe de garfio y recuperación. Septiembre quizás no sea el primer mes del año, pero sí es el primer mes de cada nueva vida, la esperanza del fracaso pasado y la ilusión del proyecto futuro, la vuelta al ejercicio, al cole, al trabajo y a la rutina.

El sol va tornando del blanco al amarillo y los días se acortan porque hay menos cosas que hacer, y las noches se alargan porque hay más que preparar y, para la meditación que requiere un nuevo plan, siempre es mejor la noche y su almohada de silencio fresco que el día de ruido caliente y su estresante sudor. 

Todo esto pensaba mientras corría esta mañana con la mucosidad regurgitando en mi garganta y el sudor irritando mi piel a modo de fuego redentor después de mi primer verano como licenciado. Supongo que cuesta dejar atrás 10 años sumergido entre apuntes y por eso noto un anómalo vacío de responsabilidad académica, como si me faltara algo por hacer. Pero no, está todo hecho y debo empezar a asumir la verdad: soy un producto más de esa fábrica educacional de este país y ya fui vendido por el capitalismo al mejor postor. No. Jamás. Entre la madurez y la resignación existe una delgada línea que no pienso cruzar, por eso seguiré redimiéndome cada septiembre hasta que la carne consuma mis sueños. Si ya está todo hecho, es hora de volver a maquinar malévolos planes de dominación mundial. Por ejemplo, escribir.

martes, 6 de septiembre de 2016

Declaración de intenciones.

Escribir es algo que sale de dentro, pero redactar requiere disciplina y meditación. El relámpago atraviesa la cabeza y produce el chispazo, provocando así la arcada que es la inspiración. La forma en que vomites es lo que define tu arte. Escribir es instinto y redactar es trabajo, y es en este trabajo donde entran en juego las influencias y las intenciones. Nadie, por muy libre o transgresor que se crea, está libre de ellas. Todos perseguimos escribir aquello que nos gustaría leer y nuestros gustos como lector los define el tiempo que consumimos leyendo a otros. Esto acaba contaminando, irremediablemente, nuestra pluma. Decía Picasso que “Los grandes artistas copian, los genios roban”, y yo llevo años robándole a aquellos que considero maestros, huyendo con temor de aquellas otras grandes firmas que, desde los grandes medios, han prostituido impunemente la columna periodística hasta reducirla a una mera trinchera ideológica desde la que presionar en busca de un beneficio corporativo y/o personal.

Mi intención (y mi influencia), al contrario que mi estilo, es clara: aproximarme más a los soliloquios de Jabois o Millás que a los sermones de Antonio Burgos, estar más cerca del cuento de Cortázar que de los graznidos de Pérez Reverte. Busco la pequeña divagación que va del detalle a la revelación, de lo cotidiano a lo extraordinario, la introspección que golpea la mente y agita la mandíbula. Nada de escribir ladridos que agraden al amo y aseguren el pienso diario; nada de reflexiones masticadas ni de iluminaciones absolutas; nada de concisiones, ni concesiones; nada de evidencias meridianas ni intenciones ocultas. Tan solo opiniones entre líneas paralelas y letras perpendiculares, sensaciones propias de rutinas universales, historias nebulosas con moraleja de libre elección. Escribir por escribir, leer por leer, reír por reír.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Dórico, jónico y corintio

Escribir es algo sagrado, un santuario personal de arquitectura propia cuyo interior muestra a su autor desnudo ante el lector. Escribir es un rezo reflexivo y desorientado, una oración violenta y repentina, una plegaria de sensaciones, un grito sordo celestial, un frío y solitario aleluya.

Creo que todo escritor, ya sea amateur o profesional, novelista o poeta, best-seller o muerto de hambre, construye con los años un templo literario a su imagen y semejanza. Algunos desarrollan construcciones mastodónticas sobre firmes y fuertes cimientos, cuadriculando los planos con segmentos áureos y uniones rectilíneas en un desesperado intento de aguantar el peso del tiempo. Otros, en cambio, empiezan la casa por el tejado e intentan castillos en el aire, arriesgándose a caer en el infinito fracaso de no llegar a ser ni una mera ruina, pero ambicionando que el desordenado y caótico laberinto de formas encierre las horas en un bucle infinito inmune a los años. Ninguna técnica es exacta, ningún método es válido. Es parte de la seducción de las letras. No existe la justicia contemporánea y el reconocimiento presente no garantiza más éxito que aquel que el capitalismo vende y otorga.

Yo, novelista amateur, intento de poeta y muerto de hambre, estoy firmemente convencido de querer construir mi propio templo, aunque aún no sé muy bien cómo levantarlo. Creo que, tras años de lectura y pequeñas incursiones más o menos literarias por aquí y por allá, poseo una base sobre la que empezar a construir algo. Algo que no se parezca al Partenón más clásico, pero que tenga cierto aire helénico. Algo que, sin llegar a las curvas imposibles de Gaudí, consiga jugar con el aire en un cautivador vaivén de sensación de derrumbe. Algo cuyo tejado se alce imponente sobre el horizonte y permita a los liricistas sentir vértigo al asomarse al confín de su propio universo.

La pretensión no es poca, por lo que el método ha de ser humilde y paciente y, para poder sujetar ese eminente tejado, primero hay que levantar columnas que lo sustenten. Muchas columnas. Columnas de todo tipo: las simples y clásicas dóricas, las finas y elegantes jónicas y las exuberantemente rematadas corintias.

Por eso, nace y comienza (como todo principio, en septiembre), este espacio propio, personal y transferible, en el que, sin temática definida y, por supuesto, sin más normas constructivas y reglas arquitectónicas que las propias, un alzamiento masivo vertebral de columnas, estilo periodístico-literario que, quizás por su brevedad conceptista y su efímera caducidad, siempre ha sido una de mis predilecciones tanto a la hora de escribir, como de leer.

Sean bienvenidos. Por favor, respeten el patrimonio, critiquen la construcción, notifiquen las fisuras y descálcense antes de entrar.