sábado, 29 de octubre de 2016

Felicidad Virtual

Era uno de esos espectaculares días de verano en los que la diferencia entre el azul del cielo y el de la mar se adivinaba por las dinámicas líneas blancas que la espuma de las olas dibujaba bajo el horizonte. Yo estaba disfrutando mis vacaciones en Zahara de los Atunes, refugiando mi sensible piel albina bajo la sombrilla, cuando a mi derecha se situó una familia con acento de más para allá de Despeñaperros. El padre estableció el campamento base con rapidez y decidió irse a dar un paseo antes de que la calor apretara con más fuerza, mientras la madre embadurnaba en crema al pequeño de la familia cuya diminuta paciencia empezaba a desbordársele mirando la apetecible orilla. Por último, la hija adolescente que no superaba la quincena, plantó el huevo en una silla con gesto obstinado y boca cóncava. Lo sé, soy de esas personas que en la playa mata el aburrimiento escudriñando bajo las gafas de sol el entorno y analizando comportamientos y actitudes para después crearme historias propias cuya veracidad nunca es demostrada. La cuestión es que aquella niña no modificó su semblante, a medio camino entre el odio y la resignación, en toda la mañana hasta que, en cierto momento, sacó su Smartphone y alargó su mano en postura de Selfie para esbozar una preciosa sonrisa que ni el brillo de sus aparatos eclipsaba. Se reía con toda la cara, las cejas hacia el cielo, los ojos abiertos, las arrugas bajo la nariz y la boca, por fin convexa, salía por los extremos de su rostro, pero no fue más que una sonrisa de unos leves segundos, pues tras el click, su expresión volvió a deformarse a la vez que sus dedos volvían a la pantalla del móvil para moverse con habilidad y rapidez. Supe que en alguna red social aquella niña alcanzó en aquel momento y, aunque de una manera virtual, más felicidad de la que yo jamás en mi vida he sentido y sentiré.

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