Escribir
es algo sagrado, un santuario personal de arquitectura propia cuyo interior
muestra a su autor desnudo ante el lector. Escribir es un rezo reflexivo y
desorientado, una oración violenta y repentina, una plegaria de sensaciones, un
grito sordo celestial, un frío y
solitario aleluya.
Creo
que todo escritor, ya sea amateur o profesional, novelista o poeta, best-seller o muerto de hambre,
construye con los años un templo literario a su imagen y semejanza. Algunos
desarrollan construcciones mastodónticas sobre firmes y fuertes cimientos,
cuadriculando los planos con segmentos áureos y uniones rectilíneas en un
desesperado intento de aguantar el peso del tiempo. Otros, en cambio, empiezan
la casa por el tejado e intentan castillos en el aire, arriesgándose a caer en
el infinito fracaso de no llegar a ser ni una mera ruina, pero ambicionando que
el desordenado y caótico laberinto de formas encierre las horas en un bucle
infinito inmune a los años. Ninguna técnica es exacta, ningún método es válido.
Es parte de la seducción de las letras. No existe la justicia contemporánea y
el reconocimiento presente no garantiza más éxito que aquel que el capitalismo vende
y otorga.
Yo,
novelista amateur, intento de poeta y muerto de hambre, estoy firmemente
convencido de querer construir mi propio templo, aunque aún no sé muy bien cómo
levantarlo. Creo que, tras años de lectura y pequeñas incursiones más o menos
literarias por aquí y por allá, poseo una base sobre la que empezar a construir
algo. Algo que no se parezca al Partenón más clásico, pero que tenga cierto
aire helénico. Algo que, sin llegar a las curvas imposibles de Gaudí, consiga
jugar con el aire en un cautivador vaivén de sensación de derrumbe. Algo cuyo
tejado se alce imponente sobre el horizonte y permita a los liricistas sentir
vértigo al asomarse al confín de su propio universo.
La
pretensión no es poca, por lo que el método ha de ser humilde y paciente y,
para poder sujetar ese eminente tejado, primero hay que levantar columnas que
lo sustenten. Muchas columnas. Columnas de todo tipo: las simples y clásicas dóricas, las finas y elegantes jónicas y las exuberantemente rematadas
corintias.
Por
eso, nace y comienza (como todo principio, en septiembre), este espacio
propio, personal y transferible, en el que, sin temática definida y, por
supuesto, sin más normas constructivas y reglas arquitectónicas que las
propias, un alzamiento masivo vertebral de columnas, estilo periodístico-literario
que, quizás por su brevedad conceptista y su efímera caducidad, siempre ha sido
una de mis predilecciones tanto a la hora de escribir, como de leer.
Sean
bienvenidos. Por favor, respeten el patrimonio, critiquen la construcción,
notifiquen las fisuras y descálcense antes de entrar.
maravilloso
ResponderEliminar