<< Septiembre llega con su
¡Oh!¡Dios mío! >>
- Kase O -
El largo y sufrido periplo
académico me ha hecho concebir septiembre como un mes de redención, 30 días situados
tras el verano como 30 monedas justo después de esa época vacacional que la infancia y la
adolescencia convierten en Nunca Jamás y que luego la Universidad se encarga de
traicionar a golpe de garfio y recuperación. Septiembre quizás no sea el primer
mes del año, pero sí es el primer mes de cada nueva vida, la esperanza del
fracaso pasado y la ilusión del proyecto futuro, la vuelta al ejercicio, al
cole, al trabajo y a la rutina.
El sol va tornando del blanco al amarillo
y los días se acortan porque hay menos cosas que hacer, y las noches se alargan porque hay más que preparar
y, para la meditación que requiere un nuevo plan, siempre es mejor la noche y
su almohada de silencio fresco que el día de ruido caliente y su estresante
sudor.
Todo esto pensaba mientras corría
esta mañana con la mucosidad regurgitando en mi garganta y el sudor irritando
mi piel a modo de fuego redentor después de mi primer verano como licenciado. Supongo que cuesta dejar atrás 10 años sumergido entre apuntes y por eso noto
un anómalo vacío de responsabilidad académica, como si me faltara algo por
hacer. Pero no, está todo hecho y debo empezar a asumir la verdad: soy un
producto más de esa fábrica educacional de este país y ya fui vendido por el
capitalismo al mejor postor. No. Jamás. Entre la madurez y la resignación
existe una delgada línea que no pienso cruzar, por eso seguiré redimiéndome
cada septiembre hasta que la carne consuma mis sueños. Si ya está todo hecho,
es hora de volver a maquinar malévolos planes de dominación mundial. Por
ejemplo, escribir.
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